Un viejo tanque con alas: el A-10 Thunderbolt II todavía no tiene sustituto.


Los soldados de infantería lo adoran. La Fuerza Aérea de los Estados Unidos, durante años controlada por la llamada ‘Mafia de los cazas’, lleva años intentando eliminarlo de su inventario. El Congreso ha bloqueado, una y otra vez, su desaparición. Y debido a sus características y carisma es uno de los aparatos más conocidos de la flota aérea estadounidense. El A-10 Thunderbolt II, apodado Warthog (jabalí verrugoso), es un avión de combate muy especial aunque siempre ha sido un bicho raro en la panoplia de la USAF. Dedicado a una única tarea que hace muy bien (el apoyo cercano a tropas de tierra) en una era de aparatos polivalentes, de relativa baja tecnología y muy alejado del 'glamour' de los cazas diseñados para el combate aéreo. Ahora, el diseño tiene casi 50 años y ha llegado la hora de reemplazarlo. En 2015 y tras años de resistencia se lanzo el programa A-X para sustituirlo. Ahora este programa se ha subdividido en dos: el A-10 será sustituido por dos aparatos diferentes. Durante la Guerra Fría la pesadilla de los Estados Unidos, y especialmente de sus aliados, era la manifiesta superioridad numérica de las divisiones acorazadas soviéticas en Europa. 

Con carros como el T-64 y su descendencia (T-72/90, T-80/84) por decenas de miles con el decidido apoyo de artillería y de la aviación táctica, los especialistas militares deban por sentado que en una guerra ‘caliente’ en Alemania las divisiones acorazadas del Pacto de Varsovia atravesarían el continente desde la ‘Brecha de Fulda’ al Atlántico en poco tiempo (nueve días hasta alcanzar Lyon, según algunos cálculos). Los carros de combate M-60, M1 Abrams, Leopard y Leclerc no serían suficientes para ralentizar su avance, ni siquiera con el concurso de helicópteros y misiles anticarro. Hacía falta un avión de apoyo cercano capaz de destruir tanques por decenas que pudiera mantenerse sobrevolando el campo de batalla durante horas para acudir a defender a las tropas de tierra en puntos y momentos clave. Y dado que las divisiones acorazadas soviéticas contaban con antiaéreos tácticos integrados, como los ZSU-23-4 Shilka o los 9K22 Tunguska (con cañones de 30 mm y misiles), tenía que ser un aparato resistente. 

En esencia, una versión moderna del Ilyushin Il-2 Shturmovik de la Segunda Guerra Mundial, el avión anticarro que los alemanes apodaron Betonvogel (pájaro de cemento) por su increíble capacidad de encajar disparos. El A-10 Thunderbolt II surgió de estas especificaciones como un sobresaliente avión de apoyo cercano a las fuerzas de tierra. Fue diseñado literalmente alrededor de su cañón GAU-8 Avenger de 30 mm con munición perforante de uranio empobrecido y un cargador de 1.174 balas, más de 1.800 kilos pensados para reventar el blindaje superior de los carros de combate soviéticos a 3.900 disparos por minuto. Puede llevar 7.260 kilos de armamento en 8 puntos de anclaje en las alas y 3 en el fuselaje incluyendo hasta 8 misiles antitanque AGM-65 Maverick, bombas y cohetes de varios tipos, dos misiles antiaéreos AIM-9 Sidewinder para autodefensa, contenedores de contramedidas electrónicas o de puntería y tanques de combustible. 

Quinientos kilos de blindaje 
El cariñosamente conocido como Warthog lleva más de 500 kilos de blindaje de titanio alrededor del piloto para protegerlo de munición de hasta 23 mm y está diseñado con múltiples sistemas redundantes por rutas separadas, lo que lo hace muy resistente al daño de combate. 

Su vuelo es lento y a baja altura, lo que hace sus ataques mortíferos. Aunque haya dudas sobre la efectividad del GAU-8 Avenger contra los blindajes de los carros de combate modernos, contra cualquier otro tipo de enemigo el A-10 resulta letal debido a su potencia, precisión y capacidad de mantenerse sobre el campo de batalla durante horas. Además es barato de comprar (una media de 11 millones de dólares por cada uno de los 715 construidos) y de operar (unos 25.000 dólares por hora de vuelo), y de mantenimiento sencillo. Para los soldados de infantería y los controladores aéreos avanzados es, muchas veces, su salvación dado que está donde se le necesita cuando hace falta y tiene una pegada muy potente. Por eso la idea de que el A-10 sería reemplazado por el F-35 sólo gustaba a la USAF. El F-35 carece de las características que hacen tan eficaz al A-10 en las tareas de apoyo cercano y de control aéreo avanzado. Sólo por poner un ejemplo, el cañón GAU-22/A de 25 mm del Lightning II lleva 182 proyectiles en la versión F-35A, con el arma integrada en el fuselaje, y 220 en las versiones F-35B y C, en un pod externo. 

Por si fuera poco, el 'software' para disparar el cañón puede que no esté disponible hasta más allá de 2019. El avión no es lo bastante lento, persistente y resistente al ataque como para realizar las misiones del A-10. La Fuerza Aérea, sin embargo, ha intentado por todos los medios retirar los 350 A-10s con los que todavía cuenta para traspasar el dinero así ahorrado al programa F-35. Encontrándose una y otra vez con la oposición del Congreso, que ha forzado su supervivencia. Tras años de tira y afloja, la fuerza aérea estadounidense anunció en 2015 el lanzamiento de un nuevo programa A-X para empezar la conceptualización y diseño de un avión especializado en el apoyo aéreo cercano. Algunas de las ideas en juego pasaban por conservar las mejores características del A-10 (velocidad, persistencia, radio de giro, flexibilidad, visibilidad, resistencia) y al mismo tiempo mejorar sus puntos flacos (potencia de motor, sensores, defensa contra misiles). Y por supuesto, el cañón GAU-8 o similar, y a ser posible con unos costes reducidos. 

A finales de julio, fuentes oficiales anunciaron simultáneamente una aceleración del programa y su división en dos: el reemplazo del A-10 no será un avión, sino dos: uno especializado en la misión de control aéreo avanzado en teatros de bajo riesgo y otro para el apoyo cercano a fuerzas de tierra en conflictos de mayor intensidad. Un plan que algunos analistas consideran una locura. Para el control aéreo avanzado, el Pentágono está pensando en aviones ligeros de ataque al suelo ya disponibles que se puedan adquirir en un plazo corto por un precio reducido y para ponerlos en acción en un par de años. La prisa se explica quizá por el hecho de que la USAF recuperó dos OV-10 Bronco de la era de Vietnam que estaban en manos de la NASA y los modernizó para usarlos en Iraq durante meses en misiones de las fuerzas especiales para las que, al parecer, no había otro modelo alternativo. Aparatos turbohélice como el Embraer A-29 Super Tucano brasileño o el Beechcraft T-6 Texan-II podrían cubrir esa misión con la aviónica y las comunicaciones adecuadas. 

Han sido desarrollados para disponer de capacidad de ataque al suelo, pensando en fuerzas aéreas como la iraquí o la afgana, y en conflictos en los que el enemigo carece de defensas antiaéreas serias. En una segunda fase, dentro de alrededor de cinco años, se desarrollaría un verdadero avión de ataque al suelo especializado, quizá a partir de modelos de entrenador avanzado del tipo del Alenia Airmacchi M-346 Master italiano o incluso el AirLand Scorpion de Textron, un pequeño birreactor diseñado como aparato económico de múltiples usos para las fuerzas aéreas de países sin mucha potencia económica y militar. Lo cierto es que la propuesta ha sorprendido a los partidarios del A-10 y de su misión, que no se esperaban ni el súbito y poco entusiasta respaldo de la USAF ni mucho menos la división del programa. El tiempo dirá si va en serio o es el penúltimo intento de la Mafia de los cazas’ para cargarse definitivamente al ‘jabalí’. (Jesús.R.G.)

Fuente: http://defensayarmas.blogspot.com.es/
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