Georgia
ha sido, desde la Revolución de las Rosas de 2003, un inexpugnable
reducto estadounidense en el Cáucaso, patio trasero ruso. El presidente
georgiano, Mijaíl Saakashvili, que estudió en una universidad
estadounidense, hizo todo lo posible por convertir su país en un
paradigma de desarrollismo occidental: renunció al tradicional nepotismo
caucásico, los policías dejaron de aceptar sobornos, el país dio la
espalda a Rusia y estrechó lazos con la OTAN. No
obstante, su legado, hasta hace poco tan sólido, parece ahora un
espejismo tras la llegada al Gobierno del multimillonario Bidzina
Ivanishvili, quien labró su fortuna en Rusia. El "Álamo" ha dejado de
ser irreductible y Rusia espera paciente su oportunidad para recuperar una plaza que dominó durante 200 años.
De
poco valió que Saakashvili advirtiera a sus conciudadanos, antes de las
elecciones parlamentarias, que Ivanishvili era un agente ruso, ya que
el hartazgo de los georgianos con su presidente no había dejado de
crecer desde su fallida aventura bélica en la separatista Osetia del Sur
(2008). Desde entonces, la Unión Europea y, en menor medida EEUU,
entendieron que Saakashvili era un dirigente demasiado impulsivo como
para depositar en él todas las esperanzas de hegemonía en el Cáucaso. Quizás
otro gallo hubiera cantado si la Alianza Atlántica hubiera dado un
apoyo claro al ingreso georgiano en la cumbre de Bucarest de abril de
2008, sólo meses antes de la guerra en Osetia. Pero el entonces
presidente estadounidense, George W. Bush, se quedó solo en su defensa a
ultranza de Tiflis, ya que Merkel y Sarkozy no quisieron poner en
peligro su relación comercial con Moscú. Saakashvili interpretó el aviso
para navegantes y decidió devolver por la fuerza al redil georgiano a
osetas y abjasos. El resultado es bien conocido. Georgia ya nunca
recuperará esos dos territorios y su entrada en la OTAN parece más lejos
que nunca.
Saakashvili
aún está en el poder, pero apenas le quedan unos meses, ya que la
Constitución le impedirá presentarse a la reelección a finales de este
año. En una muestra de buena voluntad, cedió parte de sus poderes
constitucionales en favor del Gobierno, en el marco de la transición
política que vive el país, según la cual el jefe del Estado se
convertirá en una figura más representativa que ejecutiva. Con todo, el
actual Gobierno no ha dejado de desandar los pasos dados por el
presidente y desmontar su legado. La decisión más sangrante ha sido la
liberación de los espías de Rusia que las nuevas autoridades
consideraban presos políticos. A
la vista de todos está que la actual bicefalia georgiana no funciona.
Aunque ha perdido apoyos populares en los últimos meses y la gobernante
coalición Sueño Georgiano ya ha empezado a resquebrajarse, nadie duda de
que el candidato oficialista ganará las presidenciales. El futuro de
Saakashvili a nadie le preocupa, ni siquiera a Occidente. Mientras, Rusia se deja querer, aunque está deseando restablecer las relaciones diplomáticas con Georgia. El Kremlin
confía en que Ivanishvili, si no renunciar, aparque sine die los planes
de integrarse en el bloque occidental.
El primer ministro asegura que
ese objetivo sigue siendo prioritario, pero que también lo es normalizar
las relaciones con el gigante del norte. Un primer paso será la
reanudación de las exportaciones de vino y agua georgianos, suspendidas
hace años por supuestos motivos sanitarios. Occidente
tendrá que hilar muy fino, si no quiere perder a Georgia, que ya nunca
volverá a ser ese aliado exclusivo, pero sí un contrapeso a la
influencia rusa en la región. Mientras, la musulmana Azerbaiyán no tiene
interés en ingresar en la OTAN, pero está mucho más dispuesta a
cooperar con Washington o Bruselas que con Moscú. El motivo es que Rusia
tiene bases militares en la vecina Armenia, su enemigo acérrimo y quien
controla desde hace dos décadas el enclave de Nagorno Karabaj. Occidente
necesita a Georgia no sólo por motivos geopolíticos, sino también desde
el punto de vista energético, si no quiere despedirse de sus planes de
reducir su alarmante dependencia energética de Rusia, por medio del
tendido de gasoductos que conducirían el gas desde Asia Central hasta el
corazón de Europa, a través del mar Caspio y el Cáucaso.
Fuente: http://www.revistatenea.es/
Que buen articulo gracias Jesús por compartirlo.
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